top of page

El Efecto Dobby

Actualizado: 20 may

El sentimiento de culpa, causas, efectos y estrategias de afrontamiento para superarlo



"La culpa es la engañosa artimaña que nos brinda una falsa sensación de tranquilidad al responsabilizar a otros y al pasado por nuestras desgracias actuales".

— Harold Kurt


INTRODUCCIÓN


Quienes hayan disfrutado de las películas o leído los libros de Harry Potter recordarán con cariño, y a la vez con cierta pena, a un pequeño elfo llamado Dobby. A pesar de su frágil y diminuta apariencia, Dobby era extraordinariamente sensible y poderoso. Sin embargo, se hallaba atrapado en un torbellino de culpas que lo llevaba a someterse a castigos como forma de expiar sus faltas. Esta conducta es tan común que la psicología moderna la ha denominado "efecto Dobby", un término contemporáneo para referirse al arraigado sentimiento de culpa que ha afectado a millones a lo largo de la historia.

 

Hablando de autocastigos, podemos mencionar los casos en que algunos se infligen dolorosas lesiones corporales. Incluso admitirán haberse lastimado físicamente alguna vez, mientras que otros que no recurrieron al daño físico podrían percibirlo como algo ajeno, una patología lejana que nunca les afectó. Pero esta es una falacia, una percepción errada de la realidad, porque existen diversas formas de autocastigo, muchas de las cuales no son visibles y, por ello, se cree erróneamente no padecerlas. Los autocastigos psicológicos parecen no existir por su invisibilidad cuando, en realidad, son los más comunes.

Entre estas formas invisibles se encuentran, por ejemplo, la autocrítica excesiva, el aislamiento social, la renuncia a los placeres de la vida, las dietas extremas, la falta de cuidado personal o la privación del sueño. Las personas podrían sabotear sus propios logros y éxitos como castigo por acciones pasadas. Incluso rechazan oportunidades porque sienten no merecerlas. Estas conductas podrían manifestarse en el trabajo, los estudios o las relaciones personales. Incluso buscar relaciones tóxicas con personas controladoras, violentas o celosas que lastimen constantemente puede ser una manifestación. Aunque al principio nieguen caer en estas conductas o no las acepten, lo cual no sorprende porque es muy difícil reconocerlas por uno mismo. Sin embargo, incluso sin ser conscientes, podrían estar experimentando profundos sentimientos de culpa.


¿QUÉ ES LA CULPA?


La culpa, por definición, es una emoción moral que desempeña un papel central en la psicología humana. Se manifiesta cuando percibimos que hemos transgredido normas o causado daño a otros. Aunque es un fenómeno ampliamente estudiado y se define de diversas maneras en distintos modelos conceptuales, la mayoría coincide en que se trata de una emoción negativa. Sin embargo, discrepo en este punto, ya que, en rigor, no se trata estrictamente de una emoción. Más bien, es una sensación interior creada por una estructura de creencias relacionadas con la infracción de ciertas reglas y normas establecidas en la cultura, además de registros sensibles como la empatía. Constituye una elaboración del sistema emocional que llega a ser muy compleja y se acerca más a un sentimiento.

Hay varios procesos que la componen. En primer lugar, la culpa está integrada con una memoria que influye en el presente (recuerdos de malas acciones, por ejemplo). Segundo, se conecta con nuestras intenciones, cuyos resultados deben calcularse (esos recuerdos determinan ciertas conductas). En tercer lugar, está vinculada al reconocimiento de que nuestros actos tuvieron una consecuencia negativa que bien podría haberse evitado; es decir, implica una necesidad de arrepentimiento y se vive experimentando el remordimiento.

En este ensayo, exploraremos a fondo este sentimiento, examinando sus causas subyacentes, sus efectos en diversos aspectos de la vida y las estrategias para superarla y afrontarla de manera saludable.

Es importante destacar que el concepto de culpa puede resultar ambiguo, ya que su estudio depende del enfoque desde el cual se aborde. Existen diversos puntos de vista que permiten analizarla. Asimismo, es importante comprender que la conciencia culposa es una construcción social propia de nuestra cultura. En la obra de Nietzsche, el filósofo alemán esclarece una relación entre la culpa y la deuda. Con esta idea, podemos deducir que siempre que nos sentimos culpables de algo, queremos resarcir ese daño en compensación de lo ocasionado porque debemos pagar la falta y saldar la deuda.

Esto es precisamente lo que la religión y la cultura nos han inculcado desde la infancia. Desde este punto de vista, el ser humano nace deudor de su vida y, por tanto, con cierta culpa (el pecado original). El ser humano, creyente o no, deviene con una deuda ontológica, ya que, siendo el resultado de un creador o de una creación, llámese Dios o no, le debe su existencia a algo. Desde el principio, lleva consigo una dependencia de su ser en relación con Dios, sus padres, el medio biológico y cultural, así como la dependencia de la educación recibida. Por estos motivos, la educación y las creencias enseñan que el ser humano es deudor de todo lo recibido desde que aparece en el mundo. Conforme avanza en edad, si falla en las reglas sociales, familiares o religiosas, esto adiciona culpas nuevas en su biografía.

Veamos cuán arraigado está esto en nuestra cultura, el sentirnos siempre deudores de algo y la necesidad de pagar por todo lo que recibimos, que sería lo correcto y responsable. Pero lo peor del caso es que en el ser humano esta idea declina a sentirse siempre deudor de todo y de nada, hasta de sentirse el causante de cosas que jamás hizo, lo que crea conductas serviles que están estrechamente relacionadas con sentimientos culposos. Profundicemos un poco; por ejemplo, al tener un trabajo o recibir un incentivo, es común que se diga que debemos estar agradecidos por tener un medio de subsistencia, casi como si se tratara de un regalo, un favor, pero no se menciona o se deja olvidada la idea del merecimiento, es decir, que por las propias capacidades uno es digno de tenerlo, se lo ha ganado por su esfuerzo y por otras cualidades.

Este sentimiento, al ser tan complejo, puede manifestarse en diversos ámbitos, y su estudio varía según la disciplina que lo aborde. Desde la perspectiva del psicólogo, se trata de un estado de ánimo y un problema emocional. En contraste, el jurista se centra en el aspecto penal de la culpabilidad, relacionado con la responsabilidad ante la ley. Por su parte, el teólogo lo interpreta como una perturbación voluntaria en la relación del hombre con Dios.

En este ensayo, nos centraremos en la visión filosófica y psicológica de la culpa, explorando sus dimensiones desde ambos campos. Además, abordaremos las estrategias que permiten enfrentar y superar este complejo sentimiento de culpa, promoviendo un desarrollo emocional y moral saludable.


CULTURAS DE LA CULPA, VERGÜENZA Y MIEDO


En diversos entornos culturales, la génesis de la culpa se manifiesta de manera singular. La cultura occidental, por ejemplo, se distingue por su arraigada tendencia a la culpabilidad, fundamentada en la figura del mártir, heredada de la tradición cristiana. El mártir, como símbolo, encarna a alguien que sacrifica su vida con la esperanza de redimir, aunque el éxito de esta empresa no esté garantizado con la muerte. Esta perspectiva contrasta con la del héroe de la cultura griega clásica, cuya muerte es contingente, pero cuyo triunfo es innegable.

Aunque la cultura de la culpa prevalece como un pilar robusto en el mundo occidental, otras perspectivas culturales también coexisten. Una de las características de las culturas culposas es que la persona que transgrede lleva consigo una carga moral considerable, una autoimposición que no siempre depende de la condena social. En contraste, existen también otras culturas, como las de la vergüenza, donde la carga moral es adjudicada por la sociedad, y la expiación de las faltas se realiza en presencia de otros. En este contexto, la vergüenza se convierte en un padecimiento social, y la redención implica el acto de pedir perdón o enfrentar el castigo social. Estas culturas de la vergüenza se manifiestan, por ejemplo, en pequeñas comunidades tradicionales, culturas originarias de América o la sociedad japonesa, donde la pérdida de honor puede desencadenar el escarnio social y la degradación. En las culturas de la vergüenza, el enfoque se centra en cómo las acciones afectan la percepción social, guiando a las personas a evitar el juicio y la desaprobación comunitaria para preservar la imagen propia y la de su familia. Estos enfoques culturales influyen de manera significativa en la configuración de comportamientos y relaciones en una sociedad.

Adicionalmente, algunos estudios añaden otro tipo de cultura basada en el miedo como un elemento distintivo. En estas sociedades, las personas afrontan las normas y expectativas a través de enfoques emocionales diversos. En una cultura de la culpa, se aprecia la responsabilidad personal, y se espera que aquel que comete un error asuma su responsabilidad y busque corregirlo. Por otro lado, en una cultura del miedo, las normas se sostienen mediante la amenaza de consecuencias negativas, induciendo a las personas a comportarse de cierta manera por temor a represalias. Estos enfoques emocionales añaden capas adicionales a la complejidad de la interacción social y la conformación cultural.


REFLEXIONES SOBRE LA CULPA Y LA DEUDA: EL ACREEDOR Y EL DEUDOR


Nietzsche aborda de manera profunda el tema de la culpa en varias de sus obras. En el Tratado Segundo de la Genealogía de la Moral, titulado "Culpa, mala conciencia y similares", analiza el origen de la culpa y sus ramificaciones. Al final de este ensayo, he incluido un apéndice que resume brevemente dicho tratado y sirve como base para el presente estudio. No obstante, recomiendo la lectura completa de esta obra para una comprensión más amplia y profunda.

Se dice en esa obra que la conciencia es el resultado de un proceso llamado por Nietzsche “ética de las costumbres”, cuya cima es el hombre al que le es lícito hacer promesas. Es interesante observar el uso del concepto "ser lícito" en lugar de "ser capaz".

El filósofo nos dice que el hombre es un ser creado con la capacidad de hacer promesas. Y la fuerza en contra de permitirse hacerlas es el olvido. Parafraseando al autor, olvidar es como cerrar temporalmente las puertas y las ventanas de la conciencia y no dejar que nos molesten el ruido y las luchas externas e internas. Se ve hasta qué punto no podría haber felicidad, jovialidad, esperanza, orgullo, presente, sin el olvido. Pero este ser capaz de olvidar para ser feliz ha creado una memoria que no le permita olvidar el momento en que se ha permitido prometer. Por eso mismo, el acto de prometer ha creado una memoria de la voluntad y, por tanto, una larga cadena de actos de voluntad. Para tal fin, el hombre debe aprender a anticiparse y distinguir los sucesos necesarios de los contingentes. Los actos del hombre se centran en contar y calcular. Esa es la larga historia del origen de la responsabilidad.

Pero en este largo tránsito del hombre animal que está sometido a la eticidad de la costumbre, que no es otra que las normas a las que el hombre debe someterse y obedecer en ese largo y genérico proceso de educación (de adiestramiento). Es como un gran árbol cuyas raíces conforman ese hombre animal adiestrado, hasta donde finalmente el gran árbol da sus frutos, que no es otra cosa que el individuo soberano. Desde el hombre animal hasta este último, hay un largo trecho. Puesto que este último es un ser igual a sí mismo, libre de la eticidad de la costumbre, un individuo autónomo y supramoral, de voluntad propia e independiente. Este hombre liberado es el único al que le es lícito prometer. Porque es un tipo de hombre con dominio de sí mismo y, por tanto, no se deja llevar por las casualidades de la vida y las circunstancias. Además, honra a los que les es lícito prometer.

El hombre animal es “capaz” de hacer promesas; en cambio, al individuo soberano le es “lícito” hacerlas. He aquí la diferencia entre ser capaz (una posibilidad) y tener la virtud, la gracia, la potestad de cumplirla. La diferencia radica en que uno se somete a una ley externa, pero el otro es responsable de sí mismo, de su propia ley. El primero puede prometer, pero tal vez, si la circunstancia no se lo permite, no cumplirá su promesa. Tan solo lo hará bajo la coerción de la comunidad y sus costumbres. Por el contrario, el segundo mantendrá su promesa incluso frente a las adversidades, incluso aunque no haya nadie que le obligue a ello. El hombre animal puede prometer que no matará porque la ley así se lo exige, pero puede que en cierto contexto no cumpla su promesa, por ejemplo, ante una ofensa muy grave. Pero, para el individuo soberano, no existe contexto alguno que lo lleve a incumplir su palabra. Por mucho que fuera víctima de una ofensa terrible, como el asesinato de su familia, el hombre al que le es lícito hacer promesas no faltaría a ella. El individuo soberano ha adquirido el privilegio de la responsabilidad, un poder sobre sí mismo y el destino, que se ha convertido en una facultad dominante que él ha denominado la ‘conciencia’ en su forma más alta, y que se ha logrado luego de una larga historia y metamorfosis sucesivas. Pero este poder que el individuo soberano ha conseguido y que puede ostentar con orgullo, si bien es el fruto maduro del árbol, es también un fruto tardío y por mucho tiempo no hubo ni el más mínimo atisbo de ese fruto.

Ahora bien, ¿cómo nace esta necesidad de hacer cumplir las promesas? Según Nietzsche, en la relación contractual entre acreedor y deudor, que es la más antigua y originaria relación y que remite a las formas básicas de compra y venta. Es aquí también donde halla su origen el sentimiento de culpa (Schuld), que no tiene que ver con una responsabilidad moral sino con una deuda. De lo que deriva etimológicamente tener deudas (Schulden). De esto se entiende que el culpable es un deudor que no restituye la deuda. El deudor es quien promete que devolverá aquello que se le ha dado, que honrará su promesa de restitución para con el acreedor. Para dar garantías de ello, empeñará algo y, en caso de que no lo tenga y no pague, deberá dar otra cosa que todavía posee, sus bienes o, como en la antigüedad y todavía en algunas partes, su cuerpo, su mujer, su libertad o también su vida. Esto le causará dolor y será una forma de cobro para satisfacción del acreedor.

Ahora bien, al entregar alguno de esos bienes más preciados, el deudor quedará preso de un sufrimiento. Por tanto, ¿cómo puede ser el sufrimiento ajeno una buena forma de pago? ¿Por qué aceptaría el acreedor el derecho a hacer sufrir al deudor como garantía en caso de impago? La equivalencia viene dada por el hecho de que al acreedor se le concede, como restitución y compensación, una especie de sentimiento de bienestar. Nietzsche dice: "hacer el mal por el placer de hacerlo”.

Como habíamos indicado más arriba, la cúspide, el fruto final del gran árbol, era el individuo soberano, habiendo adquirido la conciencia que le permitía ser responsable de sus actos. Al contrario, el hombre-animal, errante y moribundo en el mundo, solo posee una mala conciencia que le remuerde porque falta a sus promesas y no las cumple.

La genealogía o génesis de la culpa se despliega con profundas implicancias históricas y sociales que perduran en la actualidad. Desde una perspectiva filosófica, se vislumbra la moralidad como un intrincado sistema de deudas y culpas, donde las acciones moralmente cuestionables demandan un pago. Este enfoque podría sugerir que la sociedad contemporánea ha adoptado un paradigma donde la obligación de saldar deudas morales se ha convertido en una norma.

Por otro lado, en el ámbito económico y financiero, la conexión entre deuda y culpa adquiere relevancia al abordar la carga de la deuda pública y privada. La palabra "deuda" no solo conlleva la obligación de pagar una suma específica, sino que también puede generar sentimientos de culpa en individuos o naciones que se perciben como moralmente responsables de cumplir con sus obligaciones financieras. Esta dinámica se manifiesta de manera aguda en crisis actuales, como la problemática de la deuda soberana en diversos países. Así, la relación entre deuda y culpa se proyecta como un fenómeno intrincado que permea distintos aspectos de la vida social, económica y emocional.

En el transcurso de siglos, se ha ido formando un vigilante interior que nos recuerda que debemos pagar lo que se nos dio. Por lo que se ha generado un nexo perpetuo entre acreedor y deudor hasta que la deuda sea cancelada. Esa sensación, de que debemos algo, es necesaria para el sistema porque permite un control social. Ya que es un deber responder y prometer pagar esa deuda y, en caso de no hacerlo, se generará de manera inmediata un sentimiento de culpa. Ya no es como el panóptico foucaultiano donde algo controla nuestros actos, sino que se ha llegado a integrar el juicio en nosotros mismos y nos convertimos en nuestros propios jueces. Fíjense que ya no se necesita un agente externo que nos inculque esa culpabilidad a cada momento. Se ha instaurado de tal manera que uno mismo lo genera.

La responsabilidad es lo contrario a lo descrito, ya que surge de una necesidad de responder frente a algo. El cumplimiento de una responsabilidad es la forma opuesta de sentirse culpable por algo. Es su antípoda y, como lo veremos más adelante, es una de las maneras de superarla. Ya que la culpa seguirá ahí mientras no la resolvamos, es decir, mientras no hagamos algo eficaz que compense o resuelva el compromiso incumplido. En cambio, en la responsabilidad, se realizan actos efectivos que respondan a la falta o la deuda.

El sentimiento de culpa es la libertad imaginaria que no oprime desde fuera; en cambio, estamos en competencia con nosotros mismos. Nos juzgamos y eso genera sufrimiento. Pero aparecen nuevos mecanismos que permiten que ese sufrimiento no sea gratuito. No se busca resolver el problema; se busca escapar de él. En esta subyace la necesidad de una acción que el individuo no quiere hacerse responsable, entonces busca una justificación cualquiera que sea para evitar asumir las consecuencias de sus actos. La más común es asumir el victimismo. La justificación de la irresponsabilidad se basa en echar la culpa a otros o a las circunstancias. De esta manera, el culposo intenta desligarse de ese sentimiento transfiriendo su propia culpa a otros.

Una gran mayoría no se hace responsable de sus actos y generalmente de casi nada de su vida. Necesitan que otros les digan lo que deben hacer. Gene Gerard dice que, como carecemos de “instintos” que nos guíen hacia determinadas actividades, entonces buscamos modelar nuestro deseo. La publicidad usa este concepto buscando modelos de deseo, personajes exitosos, por ejemplo, y uno quiere ser como ellos. Los modelos generan una posibilidad de relación con los objetos, nos dicen qué debemos hacer, cómo debemos comportarnos, cómo debemos vestir, a dónde debemos ir, etc.

Todo esto se genera a partir de las costumbres y la cultura. De estructuras verticales donde siempre debemos hacer lo que alguien con liderazgo dice lo que hay que hacer y sintiéndonos responsables de cumplirlo. De esto derivan las normas de la familia, la educación, por ejemplo, la escuela con el sistema de premios y castigos. De la misma manera con las jerarquías sociales.

De ahí deviene el problema fundamental de la culpa, el de hacer sentir a los demás en falta constante de lo que no se ha alcanzado. Pero ya no hace falta que en este tiempo exista un sistema opresor que nos obligue a realizar metas. Se ha llegado a integrar de tal forma que uno mismo se convierte en el propio explotador de su vida. Byung-Chul Han dice: “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Esta cadena de autoexplotación es posible porque ya se interiorizó la negatividad, por lo que ahora sigue presionándose a sí mismo para lograr ser igual de productivo que antes, pero sin que nadie externo lo presione. De ahí que aparezcan ciudadanos cansados y enfermos mentalmente. Han caracteriza a la sociedad actual como un “paisaje patológico de trastornos neuronales”, tales como depresión, déficit de atención con hiperactividad y agotamiento crónico, lo que ha sido bautizado como el síndrome de burnout. ¿Pero qué es lo que motiva a hacerlo? Sin duda alguna, es la creencia de que, si no lo hacen, serán menos, mediocres, no obtendrán lo que otros tienen. Se basa en la comparación y en seguir normas y estándares impuestos. El no lograrlo, por supuesto, genera sentimientos de culpa y está ligado con el autocastigo. Como Nietzsche dice, culturalmente ha funcionado muy bien el “deber”.

En cualquier caso, el sentimiento de culpa no necesariamente es negativo. Me explico. Recordemos la diferencia que hace Nietzsche sobre esto; la imposición del deber y la consecuencia del sentimiento de culpa no serían necesarias si las características del individuo soberano aparecieran como rasgo común de todos los seres humanos. Pero ya sabemos que no es así. Por tanto, la sociedad ha creado normas de conducta para que las personas no se descontrolen. Lamentablemente, esto ocasiona que se admitan comportamientos de los cuales no seamos plenamente conscientes. Solo se comportan de determinada manera en forma de obediencia, y esa obligación conlleva una presión que hace que el individuo se convierta en enemigo de sí mismo.


TIPOS DE CULPA

 

Se debe hacer una distinción entre dos tipos de sentimientos de culpa: aquellos generados por las normas y costumbres establecidas en una sociedad, que configuran la "conciencia moral", y la adquirida por la conciencia propia que proviene básicamente del furor interior y la conciencia de hacer daño o algo incorrecto que se crea, entre otras cosas, la empatía como cualidad que surge en los seres humanos, y que tan maravillosamente diferenciaba Nietzsche, indicando que solo era privilegio de los individuos soberanos y que no deriva de nuestra educación ni de nuestra religión, sino de un sentido de responsabilidad interior de nuestros actos.

Ambos tipos de conciencia demandan un análisis específico, pero este ensayo se ha centrado en el primero, la "conciencia moral". La culpa puede surgir cuando alguien experimenta remordimiento por el mal o error que ha cometido. Además, existe una característica socialmente arraigada de atribuir culpas a otros y buscar responsables. Por otro lado, la culpa puede ser realista y racional, fundamentada en hechos objetivos que transgreden normas éticas, mientras que también puede ser irracional, desproporcionada o carente de justificación.

La intensidad y duración varían significativamente entre individuos y situaciones. Algunos experimentan una culpa leve y transitoria que desaparece rápidamente, mientras que, para otros, este sentimiento puede ser profundo y persistente, afectando su calidad de vida y bienestar emocional.

Las investigaciones en este ámbito han revelado conexiones intrigantes con las características propias del trauma y el duelo. Por ejemplo, la constatación de que acciones pasadas, pérdidas y eventos impactantes generan sufrimiento psicológico. Esta puede ser una de las causas por las cuales muchas personas no aceptan ni siquiera sospechan que cargan sentimientos de culpa relacionados con esos eventos. Tanto la culpa, el duelo como el trauma están arraigados en acontecimientos pasados, percibidos como irreversibles. En este sentido, resulta absurdo querer o imaginar qué hubiera pasado si... Se puede comprender mejor esta relación con frases como: "Nada de lo que usted diga podrá cambiar lo que ha pasado", "Nada podrá devolver al ser querido que ya partió" y "Ojalá nunca hubiera sucedido, pero sucedió y no se puede hacer nada para regresar al pasado y cambiarlo". Solo menciono estas relaciones, pero es un tema sumamente interesante, digno de un estudio aparte.


CAUSAS DE LA CULPA


El sentimiento de culpa no surge de manera arbitraria; en cambio, tiene diversas causas interrelacionadas. La cultura y la religión desempeñan un papel destacado al enfatizar conceptos como el pecado y la vergüenza. Simultáneamente, las normas sociales y las expectativas culturales pueden generar presión para cumplir con ciertos estándares. La influencia de la educación familiar también es significativa, ya que los patrones de crianza y las expectativas parentales pueden fomentar la autoexigencia.

Experiencias negativas, como el abuso o el trauma, tienen el potencial de distorsionar la percepción de culpabilidad de una persona, llevándola a sentirse culpable de manera desproporcionada. Características de personalidad, como el perfeccionismo y la baja autoestima, pueden aumentar la propensión a experimentar sentimientos de culpa al establecer expectativas irrealistas sobre uno mismo. La rigidez en el concepto de moralidad, que establece claramente la línea entre el bien y el mal, puede intensificar la tendencia a experimentar culpa ante acciones percibidas como moralmente incorrectas.

CARACTERÍSTICAS DE PERSONAS CRIADAS CON CULPA

Las personas criadas con culpa enfrentan desafíos emocionales que impactan su bienestar. Comúnmente experimentan sentimientos de inferioridad e inadecuación, llevando a una baja autoestima y la sensación de no merecer cosas positivas en la vida. Esta carga constante de culpa también se manifiesta en la inadaptabilidad, creando incomodidad en situaciones exitosas o felices. El miedo al éxito revela la presencia de sentimientos de culpa, dificultando la capacidad de disfrutar de los logros y la felicidad.

Además, se observa una tendencia a la autocrítica destructiva, con pretextos que justifican el sufrimiento constante. Manejar esta culpa puede volverse desafiante, afectando las relaciones interpersonales y generando conflictos emocionales. La dificultad para comprender y empatizar con los propios sufrimientos autoinfligidos crea un sentido de incomprensión en las relaciones. Además, algunas personas adoptan el lenguaje de víctima, percibiéndose constantemente como víctimas de las circunstancias y autovictimizándose para obtener atención o satisfacer otros intereses, como señaló Arthur Miller: "Los sentimientos de culpa son muy repetitivos, se repiten tanto en la mente humana que llega un punto en que te aburres de ellos".


MANIPULACIÓN A TRAVÉS DE LA CULPA


La manipulación se manifiesta de dos formas: cuando la persona se victimiza al cargar con todo lo negativo de los acontecimientos, o cuando culpabiliza a otros. Quien adopta la postura de víctima busca generar lástima y evadir responsabilidades. Se queja constantemente, percibe el mundo de manera negativa, magnifica sus problemas, adopta una actitud derrotista ante la vida, espera que los demás le den lo que desea, y valora su propio mérito únicamente en términos externos. Además, manipula emocionalmente generando culpa en otros para obtener apoyo. Adopta pensamientos irracionales que refuerzan su sensación de ser una víctima, llegando al extremo de autoengañarse y creer en su propia victimización. Esta actitud compartida entre la victimización y la culpa muestra una falta de responsabilidad y un deseo de obtener beneficios sin esfuerzo alguno.

Por otro lado, la segunda forma de manipulación se centra en culpar a los demás. La culpa es la engañosa artimaña que nos brinda una falsa sensación de tranquilidad al responsabilizar a otros y al pasado por nuestras desgracias actuales. La persona culpable se autoengaña al atribuir a los demás la responsabilidad de lo que él mismo no se esfuerza por lograr. Se sabotea a sí misma para mantener su papel de víctima, utilizando la retórica de que algo o alguien, incluso el mundo entero, conspira en su contra. Siempre encuentra excusas para justificar sus fracasos y así evitar esforzarse nuevamente, intentando no salir de su zona de confort.


VÍCTIMAS Y VICTIMARIOS

El entorno social nos muestra una compleja interacción entre víctimas y victimarios, conquistadores y conquistados, opresores y oprimidos. Esta dualidad no solo es inherente a nuestra biología y genética, sino que también se arraiga en la multiplicidad de nuestro entorno social.

Desde el nacimiento pueden surgir facturas que moldeen la conducta de víctimas y victimarios. Como dijimos, ya sea por los padres, familia, instituciones educativas y la sociedad en sus diferentes expresiones, nos introduce en un complejo tejido de relaciones de esta dualidad constante.

Este fenómeno puede observarse en múltiples contextos de la vida cotidiana. Por ejemplo, un individuo puede alternar entre ser víctima y victimario en diferentes situaciones; sufriendo acoso escolar mientras intimida a otros. La historia nos proporciona ejemplos de esta dualidad, como los colonizadores europeos que ejercieron dominio sobre los pueblos indígenas y, con el tiempo, descendientes de los conquistados han ascendido a posiciones de poder y subyugado a otros.

La relación entre víctimas y victimarios puede entenderse como una simbiosis psicológica compleja y dinámica. A primera vista, estas dos partes parecen antagónicas, pero en realidad están intrínsecamente conectadas en un equilibrio a veces perturbador.

En esta simbiosis, las víctimas y los victimarios coexisten en un estado de interdependencia psicológica. Las víctimas dependen de los victimarios para su existencia, ya que su identidad y narrativa están moldeadas por el papel que desempeñan como aquellos que han sufrido algún tipo de daño, injusticia o trauma. Sus sentimientos de culpa los lleva a la necesidad de ser castigados. Por otro lado, los victimarios dependen de las víctimas para validar su propio sentido de poder, control o superioridad. Sin las víctimas, los victimarios pueden perder su propósito o identidad.

Este ciclo simbiótico se alimenta de diversas fuentes. La sociedad, la cultura, la historia y las estructuras de poder contribuyen a mantener esta relación. Los sistemas de opresión, por ejemplo, pueden perpetuar la existencia de víctimas al mismo tiempo que empoderan a los victimarios. La desigualdad social, el racismo, el sexismo y otras formas de discriminación proporcionan un terreno fértil para esta dinámica simbiótica.

Además, la psicología individual de cada persona también desempeña un papel crucial en esta simbiosis. Las experiencias pasadas, las creencias, los traumas y las motivaciones internas influyen en cómo una persona asume el papel de víctima o victimario en diferentes situaciones. Por ejemplo, una persona puede sentirse atrapada en un ciclo de victimización, repitiendo patrones de comportamiento que la mantienen en un estado de debilidad o sufrimiento que, aunque parezca grotesco, podría tener sus beneficios para la víctima. Al mismo tiempo, otra persona puede ejercer violencia o dominación sobre los demás como una forma de compensar sus propias inseguridades o traumas.

Es importante comprender que romper este ciclo simbiótico no es fácil. Requiere un profundo autoexamen y un cambio de paradigma tanto a nivel individual como societal. La empatía, el perdón, la compasión y la justicia son elementos clave en este proceso. Reconocer la simbiosis entre víctimas y victimarios nos lleva a reflexionar sobre nuestra propia responsabilidad en la perpetuación de esta dinámica.

 

ESTRATEGIAS DE AFRONTAMIENTO


Afrontar la culpa puede ser un desafío, pero es esencial para cuidar nuestra autoestima y bienestar emocional. Aquí hay algunas estrategias que pueden ayudarte a lidiar con la culpa: Descubre la fuente del malestar, comprende por qué te sientes culpable. Analiza la situación de manera neutral, incluso con la ayuda de un profesional. Acepta el malestar, reconociendo que la culpa tiene un mensaje importante. Convierte la culpa en responsabilidad, tomando medidas para reparar cualquier daño. Perdónate a ti mismo, practica la flexibilidad y tolerancia hacia los errores, y cultiva la empatía hacia ti mismo.

Recuerda que no se trata de eliminar completamente la culpa, sino de aprender a manejarla de manera adaptativa. Si persiste de manera desadaptativa, busca apoyo profesional. Además de estas estrategias, puedes reflexionar y meditar sobre tus motivaciones, compartir tus sentimientos con personas de confianza, aprender de tus errores y practicar el autocuidado. Trátate con autocompasión, establece límites cuando sea necesario y considera reparar cualquier daño causado. En casos más graves, la terapia profesional puede ser una valiosa opción. Trabajar hacia el perdón genuino, ya sea hacia ti mismo o hacia otros, también puede liberarte de pensamientos obsesivos sobre el pasado.


LA FELICIDAD COMO RESPONSABILIDAD PERSONAL


La idea de que "nada puede hacer feliz o infeliz a nadie", como afirmaría Arthur Schopenhauer, resalta la importancia de que la felicidad es intrínseca y depende en gran medida de nuestra actitud hacia la vida. En lugar de buscar la felicidad en eventos externos, podemos cultivarla al apreciar lo que tenemos y evitar quejarnos en exceso. La gratitud y la apreciación de la vida, como sostendría Epicteto, son prácticas poderosas para promover la felicidad. Hay que aprender a amar lo que se tiene, por muy poco que sea.

Debemos cambiar el enfoque de la culpa hacia la responsabilidad, como decía Viktor Frankl: “El ser humano es un ser libre y responsable, capaz de decidir y de dar un sentido a su vida”. En lugar de buscar culpables y castigar, podemos buscar al responsable y centrarnos en reparar el daño causado. Hay que reconocer que las emociones negativas se originan en nuestro interior y son el resultado de nuestras respuestas a situaciones específicas es un recordatorio importante de que tenemos el poder de influir en cómo nos sentimos. Podemos elegir conscientemente cómo reaccionar a las circunstancias.

Es importante subrayar, siguiendo las enseñanzas de Jean-Paul Sartre, que somos libres para decidir nuestra calidad emocional. Este recordatorio es poderoso, indicando que no estamos a merced de las circunstancias externas ni de otras personas. Podemos tomar el control de nuestras emociones y elegir cómo queremos sentirnos en respuesta a diferentes situaciones.

Hay que recordar la importancia de evitar caer en el círculo vicioso de sentirse mal y culpar a otros. Es esencial para mantener un estado emocional saludable. Tomar responsabilidad por nuestras emociones y elegir respuestas más constructivas puede romper este ciclo negativo.

Buenos Aires, enero de 2024

 

 

APÉNDICE

GÉNESIS DEL SENTIMIENTO DE CULPA


Resumen de los primeros nueve capítulos del Tratado Segundo: “Culpa, mala conciencia y similares” de la Genealogía de la Moral.


I

El hombre es el único ser capaz de hacer promesas. Está dotado de la fuerza del olvido, que es una facultad activa que le permite asimilar experiencias y dejar espacio para lo nuevo. El olvido actúa como un guardián del orden mental y tiene una gran importancia porque le facilita la felicidad, la alegría y la esperanza. Sin recuerdos no hay tristezas. Sin embargo, el ser humano también ha desarrollado la memoria como una facultad opuesta al olvido, que se activa especialmente cuando hacemos promesas. Se resalta la importancia del pensamiento causal, la anticipación del futuro y el cálculo para poder prometer y determinar metas y medios necesarios para su cumplimiento. Aprender a prometer implica un profundo conocimiento y autoconciencia del ser humano. Debe ante todo diferenciar entre el acontecer necesario del acontecer azaroso. El hombre debe volverse calculable para saberse capaz de cumplir esa promesa.


II


Todo lo anterior muestra la procedencia de la evolución de la responsabilidad y la moralidad en la humanidad. Se destaca la conexión entre la capacidad de hacer promesas y la necesidad de crear una sociedad previsible y uniforme. Explica, en este sentido, el largo proceso histórico de formación moral, denominándolo "moralidad de la costumbre", que lleva al surgimiento del individuo soberano, autónomo y capaz de hacer promesas. Nietzsche enfatiza la importancia de la libertad individual y el poder sobre uno mismo, considerándolos como la medida del valor. Pero solo a este individuo soberano, dueño de sí mismo, consciente de su libertad infrecuente, le es lícito hacer promesas y desarrolla un instinto dominante al que llama "conciencia moral". Resalta la superioridad y el respeto que tiene este individuo frente a aquellos que carecen del derecho de hacer promesas.


III


En este capítulo Nietzsche explora el concepto de "conciencia moral" y su evolución a lo largo de la historia. Destaca que la capacidad de responder por sí mismo, decir sí a sí mismo y tener orgullo en ello. El individuo soberano es un fruto maduro pero tardío en la historia humana. Se plantea el problema de cómo imprimir en la mente humana, propensa al olvido, algo que permanezca presente, y señala que la solución histórica ha sido la mnemotécnica, marcando a fuego en la memoria a través de experiencias dolorosas y sacrificios. Sugiere también que la dureza de las leyes penales y los castigos crueles han sido medios para crear una memoria y dominar los instintos básicos, contribuyendo a la formación de un "pueblo de pensadores" como los alemanes. Critica que la razón y la seriedad, aunque valiosas, se han adquirido a un alto costo de sangre y crueldad. “…qué caros se han hecho pagar, ¡cuánta sangre y crueldad hay a la base de todas las «cosas buenas»! ...”


IV


En este pasaje se cuestiona la validez de los genealogistas de la moral al abordar la conciencia de la culpa y la "mala conciencia". Señala que la explicación de la culpa como derivada del concepto material de deudas es una perspectiva más avanzada y refinada de la moral, y no un origen primordial. La Culpa (Schuld) está relacionada con el nacimiento de la Deuda (Schulden), la cual se caracteriza por representar el estado de responsabilidad constante entre acreedor y deudor; compra, venta, cambio, comercio, tráfico.

Nietzsche argumenta que la idea de castigo como revancha ha evolucionado independientemente de conceptos sobre la libertad de la voluntad. Destaca que las distinciones modernas sobre la intencionalidad y la responsabilidad en la imposición de castigos son desarrollos tardíos en la psicología humana, y que, en la antigüedad, el castigo se aplicaba más como una reacción instintiva al daño causado, similar a cómo los padres castigan a sus hijos. Finalmente, revela que la idea de una equivalencia entre perjuicio y dolor tiene sus raíces en la antigua relación contractual entre el acreedor y el deudor, presente en formas fundamentales de intercambio y comercio. Ahora el que provoca un perjuicio está en deuda con el que lastimó.


V


Se explora la relación entre las relaciones contractuales y la crueldad en la antigua humanidad. Se destaca que la creación y aceptación de contratos despiertan sospechas sobre la dureza inherente a estas prácticas. En el contexto de los contratos, especialmente aquellos relacionados con deudas, se establece la necesidad de garantías y promesas de reembolso. Para asegurar la seriedad de estas promesas, el deudor compromete aspectos fundamentales de su vida, como su cuerpo, su libertad, su mujer o incluso su vida. En caso de incumplimiento, el acreedor tiene el derecho, caso extraño y digno de reflexión, el de infligir ignominias y torturas al deudor, “…cercenar tanto como le pareciese adecuado a la cuantía de la deuda”, lo que refleja una concepción del derecho basada en el poder y la crueldad. Nietzsche sugiere que esta forma de compensación no busca una equivalencia directa al perjuicio, sino que otorga al acreedor el derecho a ejercer poder sobre el deudor, proporcionándole una sensación de bienestar y goce por la violencia infligida. La compensación, por lo tanto, se traduce en la concesión y el derecho a la crueldad.


VI


El ámbito del derecho de obligaciones destaca conceptos morales como "culpa", "conciencia", "deber" y "santidad del deber". Se sugiere que estos conceptos están impregnados de sangre y tortura desde sus comienzos, generando un entramado de ideas sobre "culpa y sufrimiento". La pregunta central se centra en la compensación del sufrimiento como pago de deudas. Se explora la idea de que hacer sufrir puede proporcionar un goce extraordinario, especialmente cuando contrasta con el estatus social del afectado. Se menciona la crueldad como una gran alegría festiva en la historia humana, sugiriendo que incluso la necesidad de crueldad es ingenua e inocente. Se alude a la espiritualización y "divinización" de la crueldad en la cultura superior, vinculándola a eventos históricos como ejecuciones y torturas necesarias, impregnadas de grandes ideales. Además, se destaca la satisfacción de ver sufrir y la noción de que sin crueldad no hay fiesta, incluyendo el castigo como una expresión festiva.


VII


El pesimismo contemporáneo es el resultado de la evolución histórica de la percepción de la vida. El filósofo argumenta que la antigua crueldad humana coexistía con una mayor alegría de vivir. Se sugiere que la creciente vergüenza ante la crueldad condujo al oscurecimiento del cielo sobre el hombre, marcado por una mirada pesimista y un rechazo a los instintos naturales. Nietzsche reflexiona sobre el placer en la crueldad, proponiendo su sublimación. Destaca que la interpretación del sufrimiento ha cambiado con el tiempo y que antiguamente se justificaba a través de dioses que encontraban placer en los espectáculos crueles. La antigua humanidad celebraba la vida como un espectáculo público, visible y lleno de festividades, incluso en el sufrimiento.

“Y, así, con ayuda de tales invenciones la vida aprendió entonces ese truco en el que siempre ha sido muy hábil: la habilidad de justificarse, de justificar su «mal»; quizás ahora harían falta otras invenciones auxiliares para lograrlo (por ejemplo, la vida como enigma, la vida como problema gnoseológico). «Está justificado todo mal cuya visión resulte edificante a Dios», decía la antigua lógica del sentimiento... y, en realidad, ¿sólo la lógica antigua? Los dioses, pensados como aficionados a los espectáculos crueles”.

El agudo análisis del filósofo termina con la frase lapidaria: “Y, como ya he dicho, ¡también en el gran castigo hay tanta festividad! ...”. ¿No nos recuerda acaso a la historia de muchas religiones?


VIII


“Fijar precios, tasar valores, inventar equivalentes, cambiar..., tanto preocupó todo esto al pensar más primitivo del hombre, que en cierto sentido es el pensar: en estas cosas se cultivó la más antigua forma de sagacidad, y en ellas podría suponerse también el primer atisbo del orgullo humano, de su sentimiento de superioridad en relación con otros animales”.

El sentimiento de culpa y obligación personal, remontándose a la relación primordial entre comprador y vendedor, acreedor y deudor. Se destaca que esta interacción es la primera confrontación entre personas, marcada por la fijación de precios, tasación de valores y el intercambio. La compra y venta, con su complejo psicológico asociado, preceden a cualquier forma de organización social. Nietzsche sugiere que la evaluación y medición de valores son inherentes al ser humano, dando lugar a la noción de que "todo tiene un precio" y "todo puede pagarse". En este contexto, este es el génesis de la justicia, el antiguo canon moral marcado por acuerdos y compensaciones, extendiéndose luego a relaciones con aquellos menos poderosos.

Es el comienzo de todo «carácter bondadoso», de toda «equidad», de toda «buena voluntad», de toda «objetividad» sobre la tierra. Primer estadio, la justicia es la buena voluntad entre seres que aproximadamente tienen el mismo poder, la voluntad de llegar a un arreglo, de «entenderse» de nuevo mediante una compensación. Pero también es el nacimiento de la opresión hacia alguien más bajo, hacia alguien que me “debe” algo. Tengo ahora derecho a forzar de obligar a alguien que esté por debajo.


IX


La antigua manera de existencia que todavía hoy es la base fundamental entre la comunidad y sus miembros, y que se utiliza en casi todas las ciudades, pueblos y naciones del mundo es la relación entre un acreedor y su deudor. Se destaca la importancia de vivir en comunidad, disfrutando de sus beneficios y protección (el ciudadano que nace bajo la protección de un estado), contrastando con la situación del individuo excluido o "proscrito". Se enfatiza que, en caso de quebrantar la relación con la comunidad, el transgresor se convierte en un criminal que no solo incumple contratos, sino que también atenta contra el orden común. “El criminal [Verbrecher] es ante todo un «quebrantador» [Brecher], alguien que ha quebrantado el contrato y la palabra dada en contra de la totalidad”. La reacción de la comunidad es expulsarlo y tratarlo como un enemigo derrotado, perdiendo todo derecho y protección. El castigo se presenta como una manifestación de la actitud beligerante y sin clemencia, explicando la diversidad de formas que ha adoptado a lo largo de la historia, incluso en el contexto de la guerra y el sacrificio. “No sería impensable una conciencia del poder de la sociedad en la que la sociedad pudiese permitirse el lujo más exquisito que existe: dejar impune a su damnificador”.

Subscríbete aquí para recibir mis últimas publicaciones

Gracias por suscribirte.

© 2035 by Harold Kurt. Powered and secured by Wix

  • Facebook
  • Instagram
  • X
bottom of page