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¿Cómo leer y por qué hacerlo?

Actualizado: 10 jun

Descubriendo el Arte de Leer: Importancia y Beneficios de la Lectura


«Creo que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido; la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¡Felicidad obligatoria! La felicidad también la buscamos. Yo he sido profesor de literatura inglesa durante veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y siempre les aconsejé a mis estudiantes: si un libro les aburre, déjenlo; no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo; aunque ese libro sea el Paraíso Perdido —para mí no es tedioso— o el Quijote —que para mí tampoco es tedioso—. Pero si hay un libro tedioso para ustedes, no lo lean; ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad, de modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores de mi testamento —que no pienso escribir—, yo les aconsejaría que leyeran mucho, que no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando una felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer».

Jorge Luis Borges

Entrevista realizada en la Biblioteca Nacional en 1979


El psicólogo y filósofo estadounidense B. F. Skinner dijo alguna vez: “No deberíamos enseñar [a leer] los grandes libros, [sino, más bien] deberíamos enseñar el amor por la lectura”. Tomando esa frase como un consejo personal, intentaré conducir esta disertación de acuerdo con ella.

¿Cómo leer y por qué leer? Que es el título de esta plática, quizá suene un tanto pretencioso, puesto que, como diría Virginia Woolf: “El único consejo, en verdad, que una persona puede dar a otra acerca de la lectura es que no se deje aconsejar, que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones”. Pero solo podría seguir este consejo aquel que ha conseguido, a razón de incontables luchas interiores, una disciplina férrea, un dominio sobre sí mismo y la sapiencia necesaria que le permita elegir el camino correcto. Pues, como la misma escritora explica después: “No debemos derrochar nuestras capacidades inútilmente o por ignorancia, rociando la mitad de la casa para regar un único rosal; debemos adiestrarlas con acierto e intensidad, en este preciso lugar. Esta, tal vez, sea una de las primeras dificultades a las que nos enfrentamos en una biblioteca. ¿Qué es «este preciso lugar»? Podría parecer que no es nada más que un conglomerado y un batiburrillo de confusión. Poemas y novelas, historias y memorias, diccionarios y libros verdes; libros escritos en todas las lenguas por hombres y mujeres de todos los temperamentos, razas y edades se apretujan en la balda. Y fuera el burro rebuzna, las mujeres cotillean en la fuente, los potros galopan por los campos. ¿Por dónde hemos de empezar? ¿Cómo vamos a poner orden en este concurrido caos y obtener así el más hondo y completo placer de lo que leemos?”.

El hombre común ha creado una cantidad de mitos, leyendas, cuentos y cotilleos acerca de esos extraños personajes que se ven deambular por las calles portando un libro entre sus manos. Digo “extraños personajes” sin que, especialmente ahora, ese adjetivo nos parezca o suene a una rareza. Es tan poco común en esta época que las personas lean un libro que parecemos, me incluyo, como si perteneciéramos a una cofradía extraña y prehistórica. Una especie de culto cuyo altar sea una biblioteca y aunque, como en el pasado, en época de la Inquisición, sea necesario ocultar, ya que, a decir verdad, en estos tiempos, a nadie ya le importa, ¿o sí? Esto nos recuerda a la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451. Vivimos de alguna manera en una situación similar a la de la novela. “¡Pero ahora no se están quemando libros!”, me dirán. “Nadie nos prohíbe que los leamos”, replicarán otros. Pero también este autor dijo en una ocasión: “No tienes que quemar libros para destruir una cultura. Simplemente consigue que la gente los queme”. En la época actual, no leer libros es como quemarlos.

¿Por qué es tan fascinante la lectura que, si uno se deja seducir por ella, se convierte irremediablemente en guardián o guardiana de un tesoro del que muchos desdeñan y que pocos atesoran? Viendo los libros de mi biblioteca no solo veo libros llenos de páginas regadas de tinta, sino que imagino a personas que todavía viven. Para mí, ninguno de los autores de esos libros está muerto. Al abrir cualquier página de algún libro, como uno que tengo sobre mi mesa de Friedrich von Schlegel, penetro en un universo que me permite un viaje en el tiempo y que genera el milagro de una conversación con el autor. Como este mismo autor dice en un poema:

“Quien con asombro advierte

que somos nuestro propio eterno asiento

aspira a que su obra

se alíe a lo duradero”.

Pero ¿cómo, después de leer algunos libros, pudimos llegar a semejantes conclusiones, de sentirnos amigos, por ejemplo, de autores que murieron hace siglos, que ni siquiera conocimos y, de todas formas, nos sentimos hermanados? Al parecer, la lectura va más allá de la simple codificación de signos y de la recepción de un mensaje desde un ente emisor, como fríamente lo indican las leyes de la comunicación.

Leer es más que un pasatiempo. Es un oficio y, más aún, un arte. Un arte, contrario a lo que otros suponen, difícil de cultivar. Leer no es una actividad pasiva como se cree. Se puede pensar que, viendo a un lector inerte, sentado en un sillón, en un banco o finalmente recostado sobre una cama, el lector está pasivo, realizando el mínimo esfuerzo de apenas mover los ojos siguiendo las líneas de algunos párrafos. Nada más contrario a la realidad que está viviendo o experimentando el lector.

Para poder leer con cierta ligereza y, al mismo tiempo, con cierta comprensión, es necesario haber formado una habilidad que solo se puede lograr con años de laboriosa práctica y dedicación, porque no solo hay que ser capaz de descifrar tantos y tantos signos que encontramos en una lectura, sino que es más difícil todavía aprender su significado y comprender más que un simple mensaje que el autor quiso transmitir.

Se habrá llegado a observar alguna vez la gran diferencia que existe entre leer un periódico o una revista, y quedar anonadado leyendo tan afanosamente un libro hasta altas horas de la noche, incluso hasta la madrugada. Se intuye a qué se refería Italo Calvino cuando decía que «Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: "Estoy releyendo..." y nunca "Estoy leyendo ..."».

¿Por qué se entienden ciertos textos de inmediato y otros son de difícil comprensión? Algunas lecturas se pueden comprender sin apenas hacer un mínimo esfuerzo, mientras que otras requieren releer muchas veces párrafos e incluso páginas enteras para lograr aprehender el sentido que el autor ha querido transmitir. Desde ya, podemos intuir que existen diferentes formas o, mejor dicho, niveles de lectura que dependen del tipo de libro al que nos hemos acercado.

Qué gran diferencia existe entre leer las noticias de un periódico y el saber o aprender algo que eleve nuestro espíritu, otorgándonos más conocimientos o incluso mayor sabiduría. Esta distinción puede ser más clara si comparamos el hecho de leer algo y repetirlo de memoria. Como burlescamente se decía en el colegio: “lo repite como loro”. Porque el loro, aunque repita las palabras casi a la perfección, deja manifiesto que no las comprende. No por repetir de memoria algún tipo de información seremos más cultos, sino por haber masticado, digerido, alimentado nuestro espíritu con esa lectura, y en definitiva, ser capaces después de transmitir ese conocimiento explicándolo de muchas maneras, porque ya no es solo un dato que recogimos de un autor y que está grabado en nuestra memoria, sino que es algo que convive en nuestro interior y que recorre nuestras venas.

Es lo que sucede en gran medida con los medios informáticos en esta era digital. Es una era en la que abunda la información, pero no el conocimiento. Ver cinco minutos de la explicación que hace un youtuber sobre la relatividad de Einstein no significa que hayamos comprendido y conocido a cabalidad qué implicancia tiene dicha teoría. Descartes decía, en este sentido, que no debemos pretender construir un conocimiento sobre la arena, como aquellos castillos de los paganos, bellos pero frágiles.

Montaigne hace referencia a “una ignorancia alfabética que precede al conocimiento y una ignorancia doctoral que viene a continuación”. Adler dice que: “La primera es la ignorancia de quienes, al no conocer el alfabeto, no saben leer; y la segunda, la de quienes han leído mal muchos libros”. En este sentido, se han hecho muchas referencias acerca de la Docta Ignorantia y los ignorantes cultivados que han leído demasiado pero no demasiado bien. Los griegos, que le pusieron nombre a todo, o como se suele decir, le pusieron nombre al mundo y además inventaron el alfabeto, nombraron sofómoros a aquellos que, pese a haber leído mucho, lo entendieron mal. Es decir, que no han aprendido a cabalidad lo que han leído. Podrán repetirlo de memoria, pero nada de ello comprenden.

En las escuelas antiguas, especialmente en algunos monasterios orientales, el maestro adiestraba al discípulo con una disciplina férrea y con reglas que no debían quebrantarse. Pero, una vez que el discípulo ya no podía aprender nada más del maestro, este rompía el lazo, incentivándole a recorrer, a partir de ese momento, su propio camino. Caso contrario, el discípulo no podría asimilar por sí mismo esos conocimientos, experimentarlos en la vida y utilizarlos en las diferentes circunstancias que le depare su destino. Por tanto, el discípulo debía descubrir por sí mismo nuevos conocimientos, independientemente del maestro.

Por esa misma razón, si bien uno puede dar instrucciones, consejos, pistas, etc., cada uno debe descubrir con el tiempo y aprender, a la larga, por sí solo. Esto tiene que ver también con la lectura, ya que, si bien el profesor enseña a descifrar el lenguaje, es decir, las palabras que están escritas en un texto, el alumno debe aprender a formarse un conocimiento de lo que está leyendo. Si no se consigue eso, su paso hacia niveles más profundos de lectura no será posible.

Los libros mismos y el lenguaje se han ido modificando para ayudar al lector, haciendo que estos sean más fáciles de leer añadiendo todo un conjunto de signos y mapas que permiten al lector enfocarse en el gozo de leer un libro y no en la dificultad de manipularlo.

Recordemos que en la antigüedad se escribía en Scriptio Continua, es decir, de corrido, sin ninguna separación entre palabras. No podríamos ahora imaginarnos leer un escrito sin recurrir a las comas o los puntos que indican pausas, giros conceptuales o cambios de temática. Menos aún, al principio no se sabía si era mejor escribir de derecha a izquierda o de izquierda a derecha. O en bustrofedón, que es el tipo de escritura que cuando se termina un renglón de izquierda a derecha, se continúa de derecha a izquierda en forma de serpiente. O, como el significado de la palabra griega bustrofedón indica: “a la manera de la vuelta o giro de un buey”. Pero tampoco eran las únicas formas; los griegos también escribían en círculo o en espiral.

Sabemos que uno de los primeros soportes de la escritura fue el papiro, pero tenía la desventaja de no ser muy duradero y era difícil de manipular. En el siglo I se comenzaron a producir los códices de pergamino (piel de cabrito o de becerro) que, por supuesto, su obtención era muy costosa. Fue en la Edad Media cuando se impusieron los espacios entre palabras. Hasta ese momento, los escritos eran leídos en las liturgias y en cánticos sagrados, por lo que la lectura en silencio y autónoma todavía no era lo común. Además, el peso de los libros hacía difícil su transporte. El papel permitió fabricar la Biblia en un solo volumen.

Los libros ya cuentan ahora con el título en el lomo, lo que nos permite ordenarlos en los libreros. Contienen índices de muchos tipos, notas al pie de página que pueden incluir comentarios adicionales, títulos, subtítulos y capítulos. Se necesitaron siglos para conseguir esas ayudas técnicas para los lectores. Ahora los libros cuentan con toda esa información, como si fueran mapas para iniciar un viaje.

Una de las ventajas de que los libros se presenten de esta manera es que podemos adquirir cualquiera que quisiéramos, no sin antes informarnos de su contenido, leyendo las solapas o las contratapas que añaden información preliminar de la obra. Leer el prólogo nos da pistas y encontramos comentarios, quizá escritos por el propio autor, acerca de la temática de la obra, de su historia, etc. Y con todo ello, el lector puede transportar cómodamente el libro y leerlo en su intimidad; además, no solo transporta el goce de leerlo sino seguramente mucho conocimiento. En los libros quedan registrados los conocimientos que los autores quisieron perpetuar para las generaciones futuras.

Hablaremos a continuación de las distintas etapas o niveles de lectura, para que lo anterior sea más entendible. Estos niveles no deben entenderse a manera de terminar uno para continuar con el siguiente, sino a medida que nuestra capacidad lectora se vaya acrecentando, estos niveles siempre dependerán unos de otros.

Nivel de lectura literal

En la educación primaria, se enseña a los niños a descodificar unos símbolos llamados letras. Son veintisiete letras de nuestro alfabeto cuya combinación da lugar a palabras que pueden contener desde conceptos simples hasta otros de gran complejidad.

Este nivel comprende toda la franja de la lectura. Es el más simple, el que cualquier persona comienza cuando aprende a leer; sin embargo, siempre estará presente en cualquier nivel de lectura, ya que es donde se descifran los significados de las palabras que estamos leyendo. Es lo que algunos denominan lectura "a la letra muerta" o "literal" porque lo que se lee no dice más de lo que la palabra significa. Si leemos las letras t, r, o, n, c, o y las unimos en una sola, leeremos "tronco". Pero no nos dirá nada todavía, aunque pudiéramos leerla perfectamente. Ahora bien, dentro de este primer nivel se puede ganar destreza, en el sentido de que podemos traducir los signos más rápidamente. Esto es evidente al escuchar a los niños que comienzan a leer, a diferencia de un adulto que ha leído una gran cantidad de textos en su vida.

Nivel de agrado o inferencial

El siguiente nivel corresponde a lo que Francis Bacon afirmó en una ocasión: "Hay libros para probar, otros para tragar y otros, muy pocos, para masticar y digerir". Leer un libro analíticamente significa masticarlo y digerirlo. Por ello, este nivel también se conoce como inferencial. Se hacen inferencias y deducciones basadas en la información implícita del texto. Pero sucede un fenómeno bastante interesante: no solo se descifra, sino que se descubre y conoce algo que de otra manera hubiera estado velado. Estos descubrimientos implican un componente afectivo. No en vano, Jane Austen decía que "no hay mayor disfrute que la lectura". Es cuando uno comienza a leer con el ánimo de imaginar, de comprender, de entender el sentido de lo que lee.

El escritor argentino Alberto Manguel decía que "el amor por la lectura es algo que se aprende, pero no se enseña. De la misma forma que nadie puede obligarnos a enamorarnos, nadie puede obligarnos a amar un libro. Son cosas que ocurren por razones misteriosas, pero de lo que sí estoy convencido es que a cada uno de nosotros nos espera un libro. En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros". Esta carga afectiva es la que permite al lector memorizar. Se sabe que se recuerda más fácilmente lo que tiene una carga agradable o, al contrario, se trata de olvidar lo que no agrada.

Por esta razón, es recomendable que en este nivel el lector aprenda a leer con placer, con goce. En la lectura, uno se convierte en un aventurero, un descubridor. Pero eso se hace solo, ensimismado y en silencio. Para entender lo que se está leyendo, se requiere concentración, y para lograrlo es un requisito importante encontrar un lugar agradable y apropiado. Hay que lograr descifrar en este nivel no solo las palabras de la frase, sino también el significado oculto. Puede llegar incluso a asombrarnos que no solo descifremos uno, sino muchos significados. Tomemos el ejemplo que pusimos en el primer nivel con la palabra "tronco". Quizá entendiendo el contexto de la lectura, esa palabra pueda indicar el tronco de un árbol hermoso o que alguien gire el tronco para golpear mejor la pelota. También podría decirse que necesitamos un tronco para encender la chimenea, o que fulano es el tronco de la familia. Así que no solo debemos conocer el significado de la palabra, sino también el sentido con que se la emplea. El lector puede inferir el significado. El texto deja de ser parte del escritor y comienza a formar parte del lector.

En este nivel, gozar de un libro implica entenderlo. Es un nivel que ya requiere otro tipo de esfuerzo. Cuanto más leamos, iremos aprendiendo más cosas que luego nos ayudarán a descifrar otros libros aún mejor. Si el primer nivel de lectura se puede realizar en cualquier circunstancia, ya que solo se trata de leer lo que en letras está escrito, en este segundo nivel es indispensable contar con las condiciones y la predisposición para lograr entenderlo.

Nivel crítico

Todavía existe una nueva posibilidad, más allá de descodificar los signos y dejarnos arrebatar por el placer de la lectura: leer un libro, sobre todo si se trata de uno largo y difícil, plantea los problemas más graves con los que pueda enfrentarse cualquier lector. Posteriormente, si ya cuenta con los suficientes elementos para hacerlo, podrá emitir sus propios juicios sobre la obra.

Leer un relato resulta más fácil que una novela. Un artículo es menos complicado que un libro sobre el mismo tema. Sin embargo, si solo nos acostumbramos a las lecturas fáciles y no ponemos de nuestra parte para ser capaces de leer lecturas más complejas, jamás podremos pretender llegar a este tercer nivel de lectura. El juicio que hagamos de una lectura, en este sentido, es deductivo, porque solo podremos emitir juicios de valor desde puntos de vista más amplios frente a lecturas más simples.

Adler y Charles Van Doren, en el libro titulado "Cómo leer un libro", enumeran varias reglas de la lectura analítica que bien podrían emplearse en este nivel. Son las siguientes:

Regla 1: Hay que saber qué clase de libro se está leyendo lo más pronto posible en el proceso de lectura, preferiblemente antes de empezar a leer.

Regla 2: Constatar la unidad del libro en conjunto en una sola frase, o unas cuantas como máximo (un párrafo).

Regla 3: Constatar las partes más importantes del libro y mostrar que están organizadas y forman un todo, siguiendo un orden unas respecto a otras y respecto a la unidad del conjunto.

Regla 4: Averiguar en qué consisten los problemas que plantea el autor.

Regla 5: Encontrar las palabras importantes y llegar a un acuerdo.

Regla 6: Señalar las oraciones más importantes de un libro y descubrir las proposiciones que contienen.

Regla 7: Localizar los argumentos básicos del libro mediante la conexión de las oraciones.

Regla 8: Averiguar en qué consisten las soluciones del autor.

Gracias a este nivel de lectura, nos podemos formar una idea del mundo y una idea coherente de la realidad. La psicología, la filosofía y la alta literatura nos permiten generar modelos mentales sobre el mundo.

Si bien las lecturas distractivas pertenecen al segundo nivel, hay libros que requieren o exigen que el lector pertenezca a un tercer nivel de lectura. En este nivel está intrínseca la necesidad de que el autor haga correspondencias, comparaciones y conecte datos históricos. No está de más conocer en qué año fue escrita la obra, cuáles eran los acontecimientos que se vivían en esa época, las costumbres, etc. Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que no se podría leer a E. T. A. Hoffmann, Joseph von Eichendorff, Novalis o Hölderlin sin antes conocer el contexto de sus obras, me refiero a las características del romanticismo alemán.

Así que cada lectura tiene su contexto. Edward Bulwer-Lytton decía: “En la ciencia, lee preferentemente los trabajos más recientes; en la literatura, los más antiguos”. No debemos desdeñar este consejo, ya que es importante la lectura de los clásicos, y es aconsejable hacerlo en este nivel de lectura. Gilbert Highet, en su libro La tradición clásica, escribe: “La corriente que nace en las fuentes de Grecia y Roma ha sido siempre fuerte, siempre fecunda y muchas veces central. Cuán fuerte y fecundo es lo que este libro se ha empeñado en exponer. También puede demostrarse por vía negativa. Imaginémonos que se destruyeran todos los libros, dramas y poemas que en todas las lenguas europeas se han escrito bajo la inspiración directa de los clásicos. No solo desaparecerían todas las obras más excelentes: La Comedia de Dante, las tragedias de Shakespeare, Montaigne, gran parte de la mejor literatura del siglo XIX, sino que varias zonas íntegras de la literatura europea desaparecerían de nuestra vista”. Pero tampoco contaríamos con los clásicos de la lengua española, como las obras de Cervantes, Quevedo, Sor Juana, etc.

Pero ¿qué sucedería si pretendiéramos realizar una lectura analítica de todos los libros que encontráramos referentes a un tema? Sin duda, necesitaríamos muchos años para terminar dicha tarea. Por este motivo, necesitamos una cierta capacidad de selección y organización. Debemos aprender a separar el trigo de la cizaña. Existen libros que dicen casi lo mismo que otros. Es importante percatarnos de ello; de lo contrario, terminaremos perdiendo el tiempo con lecturas repetitivas. Algunos autores expresan en un solo volumen incluso más de lo que otros dicen en tres. Esto tiene que ver también, por supuesto, con la capacidad de los escritores, y es indispensable saber elegirlos.

Es necesario lograr cierta destreza y conseguir atajos. Como dice Adler en el libro citado: “El atajo lo proporcionará la destreza en la lectura de inspección. Lo primero que hay que hacer una vez reunida toda la bibliografía es inspeccionar todos los libros de la lista. No debemos realizar una lectura analítica de ninguno de ellos antes de haberlos inspeccionado todos. La lectura de inspección no nos familiarizará con todas las complejidades del tema ni con todas las ideas de los autores, pero sí cumplirá dos funciones esenciales. En primer lugar, nos ofrecerá una idea suficientemente clara del tema, de modo que resulte productiva la posterior lectura analítica de algunos libros, y, en segundo lugar, nos permitirá recortar un tanto la bibliografía”.

Nivel creador

En este nivel, el lector se ha convertido en creador. Es capaz de generar sus propias creaciones. Se ha ilustrado lo suficiente para generar su propia visión de las cosas. Pero este nivel también puede convertirse en la piedra de tropiezo para muchos lectores. Si hemos sido capaces de llegar a este nivel, tenemos la imperiosa necesidad de realizar algunas advertencias.

El hecho de haber leído innumerables libros y recorrido infranqueables teorías nos pone en peligro de querer interpretar el mundo desde nuestra ya bien lograda infinita sabiduría. El peligro estriba en la incapacidad de reconocer las ideas de otros. Pereceríamos en el lecho de Procusto sin apenas habernos dado cuenta. Para aquellos que desconocen esta historia, los mitos griegos cuentan que Procusto (del griego antiguo Προκρούστης, Prokroústês o Procrustes, que significa ‘estirador’), recibía a los viajeros en su posada, los alimentaba y luego los invitaba a reposar en una cama de hierro. Después, los amarraba y sometía mientras dormían. Si los viajeros eran más pequeños que la cama, los estiraba hasta matarlos; si, en cambio, eran más altos, les cortaba la cabeza y los pies.

Para entender esta historia, es necesario recurrir al tercer nivel de lectura, es decir, interpretarlo. No se refiere a la historia de un hombre malvado, de ninguna manera. Se explica con este caso mi insistencia en leer a los clásicos, porque con los mitos griegos se aprende a interpretar el sentido de dichas historias, que al igual que parábolas, contienen enseñanzas veladas. Esta historia se puede aplicar a diferentes entornos: políticos, éticos, filosóficos. En nuestro caso, podemos decir que aquel lector que intenta hacer caber todo dentro de los límites de su lecho mental se quedará tarde o temprano sin pies ni cabeza.

La misma filosofía enseña que lo menos importante es responder preguntas, sino más bien formularlas. Hay que entender que no es posible crear una teoría que abarque todo ni mucho menos meter todo el universo en un pequeño puñado de hipótesis. Platón decía que la gente yerra por ignorancia, vive engañada al creer que sabe, pero no sabe. El creer que uno ya lo sabe todo es lo que Sócrates criticaba a los sofistas, que no tenían contemplaciones en proferir sus verdades. La ironía socrática demostraba lo poco que sabían los supuestos sabios. Platón también decía que hay dos seres que no desean el conocimiento: los sabios que ya lo poseen y los ignorantes que creen poseerlo. Nótese la ironía. Al no querer el sabio más sabiduría porque cree poseerla, lo convierte también en ignorante. El único deseoso de un perpetuo conocer es el filósofo.

Hablar de la lectura no es solo explicar el "cómo", sino también dar pistas sobre el "porqué" leer. Es evidente que al leer muchos libros se adquiere cultura, pero este proceso no es inmediato; es algo que se desarrolla a lo largo de toda una vida. Por lo tanto, si sabemos leer, la lectura no solo nos informa, sino que también nos transforma. Nos convierte en personas más completas, capaces de entender mejor el mundo que nos rodea y de formar nuestras propias opiniones con mayor fundamentación.

 

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