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ATARDECER A LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Actualizado: 20 may



"Sobre todo, no te mientas a ti mismo. El hombre que miente a sí mismo y
escucha su propia mentira llega a un punto en el que no puede distinguir la verdad dentro de él, ni a su alrededor, y por lo tanto pierde todo respeto por sí mismo y por los demás.
Y al no tener respeto, deja de amar…"
— Fiódor Dostoievski




Atardecer a la sombra del ciprés convirtió a Lena Müller en una pintora de prestigio internacional. Sus padres murieron cuando cumplió diecinueve años y no lograron ver los frutos de su trabajo. Antes de su muerte, les había prometido convertirse en la pintora más exitosa de la época. Tenaz y perseverante ante tal promesa, la joven se sometió a una rigurosa disciplina, dedicando largas jornadas al perfeccionamiento de su técnica.

Aprendió los secretos de ese arte de parte de su maestra, Jacqueline Bonheur, quien había sido una famosa pintora, estudiando cada matiz y pincelada que ella le enseñaba, con minucioso detalle. Lena pasó no pocas noches en vela frente al lienzo, experimentando con colores y formas, lo que le permitió desarrollar una férrea disciplina que también modeló su conducta.

A los 23 años, su pensamiento estaba centrado en su arte y había rechazado a una serie de pretendientes. El noviazgo era lo último en lo que pensaba. A los 28, apenas había entablado una relación poco duradera con alguien que la duplicaba en edad. Sus diversiones con su pareja se centraban en cenas, cócteles, conciertos, reuniones sociales extremadamente largas y relaciones íntimas extremadamente cortas.

Jacqueline Bonheur llegó a estas tierras por invitación del Ministerio de Cultura. Maravillada por los encantos del país y de Sudamérica, decidió quedarse definitivamente luego de comprar una hermosa casa en un barrio residencial. Ya retirada, aunque con un cargo emérito, Jacqueline compartió su estudio privado con Lena, quien pintaba frente a ella mientras el gato gris de la maestra ronroneaba y se paseaba entre los pinceles y botes de pintura.

En las tardes, luego de que la mucama le daba su merienda al gato, ambas artistas tomaban el acostumbrado té con algunas galletas de mantequilla o jengibre y conversaban sobre el amor, la pintura, el arte, la literatura y, a veces, sobre cocina, moda o el apuesto, esbelto y delgado profesor de arte, que también servía de modelo para las prácticas de retratos. Jacqueline solo usaba la mano izquierda. Había perdido el antebrazo derecho debido a un accidente que casi la deja inválida. Gracias a los recursos de su familia, pudo pagar los gastos médicos de última tecnología y logró volver a caminar, aunque con dificultad. No es difícil adivinar cuál era la mano con la que pintaba.

Una tarde, luego de sus acostumbradas pláticas sobre la pintura y el profesor de arte, la maestra miró fijamente a Lena y le dijo:

—He pensado seriamente, luego de haber visto todos tus progresos, que debes ocupar mi lugar o, mejor dicho, un puesto de maestra en el instituto.

Lena no se dio cuenta al principio de qué hablaba, y la maestra prosiguió:

—Quiero decir, tú has logrado asimilar lo que es el arte, esa vocación corre por tus venas, y nadie mejor que tú para transmitir ese amor a los alumnos. Prepárate, yo pienso hablar con la directiva para que te nombren profesora en el instituto.

—Sería el orgullo más grande de mi vida — respondió Lena, abrazándola con gratitud y respeto.

Durante muchos años, Lena presentó cuadros en diferentes exposiciones y fue labrando su nombre en los círculos artísticos más prestigiosos. Hasta que salió la convocatoria internacional del concurso de arte. Así, en los cuatro meses que le quedaban, logró terminar Atardecer a la sombra del ciprés.

Para la noche de premiación, Jacqueline Bonheur había elegido el vestido de Lena y fue con ella a comprarle los zapatos adecuados y la cartera. Personajes famosos y artistas de renombre se congregaron en el evento. Alessandro Panero, un joven escultor español alto de ojos penetrantes, también recibió un premio por una escultura en cristal de Murano que le había llevado dos años terminar. Cuando lo llamaron para subir al escenario y entregarle el premio, su actitud fue un tanto desconcertante; él simplemente agradeció y fue a sentarse. Algunos conjeturaron que fue envidia o enojo por haber obtenido el segundo premio. Sin embargo, más tarde confesó que solo fue por cumplir y no quedar mal con el Instituto.

Luego convocaron a la ganadora del concurso en su categoría, Lena, quien sacó un sobre con el texto que había preparado y, al leerlo, no escatimó en halagos y agradecimientos hacia su maestra. De hecho, solo la nombró a ella, como el artífice de su vida y su destino.

En la cena de gala, varias mesas estaban decoradas con motivos literarios y artísticos. Los organizadores no escatimaron en gastos para llenar la sala con decorados tan diversos como libros apilados de forma irregular, pinturas colgadas en marcos antiguos y cintas de colores vibrantes que se cruzaban entre las sillas. Sobre las mesas, se podían ver jarrones de cerámica llenos de flores silvestres, manteles de encaje desgastados y velas que goteaban cera sobre los platos. Parecía más bien un bar francés donde la bohemia había desplazado la seriedad y el protocolo.

La mesa de Lena estaba frente a la de Alessandro, y mientras cenaban, él no dejaba de mirarla, aunque ella no se percataba de que lo hacía. Caravaggio, Rembrandt, Klee, Monet, eran pintores que se nombraban en la mesa de Lena y en la de Alessandro: Bernini, Canova, Rodin y tantos otros.

La cena había concluido antes de la medianoche, y en el aparcamiento Lena y su maestra se acercaron al elegante sedán plateado, mientras Alessandro, en una moto negra retro, cruzó entre los autos estacionados y salió del lugar.

Dos semanas después, en el salón de exposiciones del instituto, Lena se paseaba por la sala del curso de escultura. Hasta que se detuvo frente a una obra todavía no terminada de un busto de mujer que tenía el torso desnudo y los ojos cubiertos con una venda.

—¿Qué opinas? —preguntó Alessandro repentinamente, detenido junto a Lena. Ella lo miró con indiferencia y respondió:

—Sometimiento.

—Pero ¿qué dices? —Qué más puedo pensar, es una mujer semidesnuda con los ojos vendados.

—No es una obra terminada, pero podrías haber leído primero el título antes de verter esa opinión.

Entonces, Lena se acercó más y leyó: “La ceguera de un amor no correspondido”.

—Bueno, no todo es lo que parece —replicó Lena.

—Hubiera esperado una visión más poética de tu parte. Por cierto, me llamo Alessandro. —Sé quién eres, mucho gusto. Ahora, si me disculpas, tengo que dar una clase.

Dos semanas después, en una tarde nublada y con aparente lluvia que estaba por caer, Lena esperaba un taxi a la salida del Instituto. De pronto, Alessandro detuvo su moto frente a ella.

—Hola, de nuevo. ¿Esperas a alguien?

—Sí —respondió Lena.

—Pues parece que no vendrá. Vamos, sube, yo te llevo.

—No te preocupes, pedí un taxi.

—Anda, vamos, vives en el 53, ¿verdad? Te vi varias veces por ahí. Yo vivo cerca del lugar también. Lena lo miró a los ojos con desconfianza, pero al ver que no aparecía ningún taxi, aceptó ir con él.

—Agárrate de mi cintura —le pidió Alessandro—, tomaremos la circunvalación, llegaremos más rápido.

Lena sintió una descarga de adrenalina. Un estremecimiento recorrió su espalda y cerró los ojos al ver que la moto aceleraba para tomar la autopista. Mientras tanto, el cielo comenzó a abrirse y el brillo del sol se reflejó en el pavimento.

—¿Alguna vez subiste al mirador del norte? —gritó Alessandro. —Nunca fui, pero creo que ya nadie sube.

—Vamos —respondió Alessandro—, mientras tomaba una salida para subir por una pendiente, ante la mirada atónita de Lena, quien lo sujetó con más fuerza.

Llegando a la cima del cerro, detuvo la moto. La vista era encantadora. Desde ahí se veía el cielo y la ciudad que se unían en el horizonte. Lena se bajó de la moto muy molesta.

—Yo no te dije que me trajeras aquí.

—¿Pero no te parece hermoso?

—Bueno sí, con ese arco iris de fondo… Si me hubieras traído con unos pinceles, quizá hubiera valido la pena.

—¿Pinceles? ¿De qué hablas? —inmediatamente Alessandro se quitó la polera y, extendiendo los brazos y con el pecho desnudo, gritó: ¡TE TRAJE A LA LIBERTAD!

—Llévame a casa —le pidió Lena, bastante incómoda.

—La vida no es una pintura —repuso Alessandro

—¿Y qué es para ti la vida?

—La existencia es una creación y debemos hacer de ella nuestra mejor obra de arte —respondió mientras se ponía nuevamente la polera.

—No creo que la mía sea una obra de arte.

—Claro que lo es, cada existencia es única e irrepetible.

Al regreso, apenas intercambiaron palabras hasta que se despidieron. Aquella tarde, en el estudio, Lena se dispuso a pintar la ciudad como la había visto desde la cima, aunque el cielo era como agua reflejando la ciudad. En cierto momento, colocó el lienzo en un costado. Sonrió y sacó otro nuevo en el que comenzó a esbozar con un lápiz la figura de un hombre abriendo los brazos.

Dos meses después, Alessandro conducía por una carretera sinuosa, atrayendo las miradas de otros conductores. A su lado, Lena, lo abrazaba por la cintura, su falda ondeaba al ritmo del viento y sus cabellos largos salían del casco protector, irradiando una belleza natural mientras disfrutaba del paisaje circundante. El sol de la tarde bañaba el entorno con una luz cálida, resaltando los colores vibrantes de las flores que salpicaban los márgenes de la carretera. Alessandro manejaba la moto con destreza, serpenteando entre giros y curvas. El viento fresco acariciaba sus cuerpos y les brindaba el aroma de la naturaleza circundante. En un instante, decidió desviarse hacia las orillas de un pequeño lago, donde las aguas reflejaban el cielo azul y algunas nubes dispersas. Este oasis, rodeado de frondosos árboles y enmarcado por montañas distantes, ofrecía paz y tranquilidad. Al detenerse, Alessandro y Lena bajaron de la moto, dejando los cascos en el suelo, y se encaminaron hacia la orilla del lago, sintiendo la frescura del agua en sus pies descalzos mientras se dejaban envolver por la serenidad del lugar. Era un momento de calma, un respiro bienvenido en medio del ajetreo de la vida moderna.

—Es un lugar bonito, gracias por traerme —le dijo Lena.

—Sácate los zapatos, caminemos con los pies desnudos a través del pasto —le sugirió Alessandro, y prosiguió: ¿alguna vez has sentido la necesidad de romper con las ataduras de lo establecido, de dejar atrás las normas y las expectativas para descubrir quién eres realmente?

Lena, algo sorprendida por la pregunta, titubeó antes de responder.

—Bueno, no sé, nunca he pensado en eso.

Alessandro sonrió.

—Es comprensible en ti. Desde que te conocí, siempre derramaste un aire de mojigatería. Pero la verdadera libertad no solo radica en la ausencia de restricciones externas, sino también en liberarse de las limitaciones internas que nosotros mismos nos imponemos. A propósito, ¿hace cuánto que no estás con un hombre? Ya sabes a qué me refiero.

—Eso no es algo que deba importarte.

—Es solo una curiosidad y no tiene nada de malo.

—Hace mucho. No tengo necesidad ni lo he buscado. Solo quiero amigos.

—¿Tu maestra sabe que viniste conmigo?

—No, no le dije.

—Yo creo que no sales con nadie porque esperas la aprobación de tu tutora.

—No, no es así.

—Pues te conozco un poco y vi cómo te comportas en el Instituto. Creo que cada decisión que tomas, cada acción que emprendes, está basada en lo que otros esperan de ti. Pero ese no es el camino, debes hacer lo que realmente sientes en tu corazón. Esa es la esencia de la libertad: vivir de acuerdo con tus propias convicciones, sin miedo a ser juzgado por los demás.

—Yo vivo bajo mis propios principios. Siempre hice lo que quise y tomé mis propias decisiones.

—Eso no es verdad, solo fíjate en la ropa que usas. Faldas siempre muy largas y blusas cerradas hasta el cuello. Eres tan joven y vistes como mi anciana tía Lucrecia.

—¡Esto es el colmo! ¿Solo me trajiste para reprocharme cómo me visto?

—Solo intento que te des cuenta de algunas cosas que se reflejan en mí también. La sociedad tiende a imponernos expectativas y normas, y actúas como las normas lo imponen. Pero no debemos permitir que esas restricciones definan quiénes somos o qué podemos lograr. La verdadera libertad comienza cuando nos liberamos de esos condicionamientos y nos permitimos ser nosotros mismos en toda nuestra grandeza. Por ejemplo, tus cuadros. Eres una magnífica pintora y desperdicias tu talento pintando postales. No muestras un camino como artista. No planteas otra forma de ver el mundo. No rompes los esquemas ni de tu vida, ni del arte ni de nada.

Lena pensó en que nunca había considerado la posibilidad de vivir sin restricciones, de permitirse ser verdaderamente ella misma sin preocuparse por lo que otros pensarían. Luego de un largo silencio, continuó:

—Sabes, es como si estuviera atrapada en una jaula.

—Ven, quítate la ropa. Metámonos al lago.

—¿Estás loco?

Alessandro, sin pensarlo dos veces, se quitó toda la ropa y saltó al lago. Lena sintió un estremecimiento que recorrió su cuerpo.

—Nos van a ver —dijo ella.

—No hay nadie a kilómetros. Vamos, ven.

—Bueno, pero cierra tus ojos. Alessandro le dio la espalda y nadó un poco, hasta que escuchó que Lena se zambullía en el agua.

—Lo hiciste —le dijo Alessandro acercándose a ella—. Entonces, ¿qué dices, estás lista para abrir tus alas y volar hacia un nuevo comienzo? Nademos un poco.

El sol se reflejaba en el agua y los cuerpos de ambos que no paraban de reír y disfrutar del momento. Hasta que comenzó a soplar un viento frío que indicó que estaría por caer la noche muy pronto. Alessandro salió del agua, se secó rápidamente y le dijo a Lena que lo esperara en la moto para darle tiempo de vestirse. Poco después, ella se acercaba muy emocionada y antes de ponerse el casco, se detuvo frente a Alessandro y se quedó muy cerca mirándolo fijamente por unos segundos.

—¿No me besarás?

—Me dijiste que solo te interesaba la amistad.

Lena no le respondió, se puso el casco y subió a la moto. Comenzaba a anochecer y al empezar a brillar las estrellas, Alessandro, luego de conducir un poco, paró la moto y giró para mirar a Lena.

—Brindemos juntos. Vamos a mi estudio. Tengo un buen vino para una ocasión especial.

Lena le sonrió y vio un brillo en sus ojos que fue suficiente para él. Media hora después llegaron al estudio.

—¿Conoces la canción "At Last" de Etta James? Aunque esta versión de Beyoncé me gusta más —dijo Alessandro, encendiendo su laptop. La suave melodía de la canción envolvía el recinto llenándolo con un aire melódico y romántico.

—Me gusta la letra —dijo Lena— y tradujo: “Por fin mi amor ha llegado. Mis días solitarios se acabaron. Y la vida es como una canción”.

—No sabía que entendías el inglés.

—Me subestimas.

—De ninguna manera, entiendo tus capacidades —dijo, mientras abría una botella de vino y vertía un poco en dos copas—. Aquí tienes, sírvete y brindemos.

Alessandro la sujetó por la cintura y comenzaron a bailar suavemente. La velada se prolongó hasta la medianoche.

—Debo irme, ya es tarde —le dijo Lena—. Jacqueline debe estar preocupada.

—A tu edad, debería saber que tomas tus propias decisiones. Toma, llámala, dile que llegarás tarde— le pidió, alcanzándole su celular.

Lena se alejó a la ventana para hablar con su tutora, a quien le dijo que estaba haciendo un trabajo con una amiga.

—¿Por qué le mentiste?

—¿Querías que le dijera que estoy contigo?

—Obvio. Además de decirle que te quedarás esta noche.

—Yo no te dije que…

—¿Acaso no quieres quedarte? Ven, trae tu copa, vamos a la ventana, desde ahí se ven las luces de la ciudad.

Lena se acercó y Alessandro la abrazó por la espalda. Ambos quedaron en silencio, observando la vida nocturna de la ciudad desde el décimo piso del edificio.

En la mañana, el sol del amanecer ingresaba por la ventana e iluminaba las sábanas que cubrían a la pareja. Lena abrió los ojos y besó el rostro dormido de Alessandro, que estaba a su lado. Giró hacia el velador y recogió el celular, donde vio unas notificaciones de muchas llamadas perdidas de Jacqueline Bonheur. Dejando el celular sobre la mesa, volteó hacia Alessandro, lo abrazó y cerró los ojos nuevamente.

Un mes después, Lena sacaba unas maletas de la casa de Jacqueline Bonheur, quien, sentada en un sillón en la sala, la veía abrir la puerta de salida.

— ¡Si te vas, habrás perdido la cátedra y no volverás a esta casa! —gritó la maestra.

Lena la miró en silencio y cerró la puerta. Segundos después volvió a abrirla y fue corriendo a abrazarla.

—Lo siento, pero debo encontrar mi propio camino — le dijo Lena con cariño y determinación y sin ocultar una pequeña sonrisa.

Una semana después, Alessandro y Lena caminaban en una playa de aguas cálidas y cristalinas.

—Quiero pintarte —le dijo ella.

—¿Ya no pintarás postales?

—Ahora pintaré mi alegría —le respondió ella.

—Mejor pinta tu libertad —replicó Alessandro, y ella respondió con firmeza.

—Todo este tiempo he estado persiguiendo un sueño que no es completamente mío. Mi arte, mi éxito… todo ha sido la promesa que les hice a mis padres, una forma de honrarlos. Y luego llega la maestra, sus sueños y yo luchando por no defraudarla. Pero en el proceso, he olvidado quién soy realmente y qué quiero.

—La verdadera libertad, Lena, no es solo hacer lo que amas, sino amar lo que haces. Pero lo que amas no está en tus cuadros, sino yo creo que plasmas las imágenes que otros quieren que pintes. No plasmas en ellos lo que está en tu interior. Sé que nunca me lo dijiste, pero yo así lo siento. Son bellos tus cuadros, pero les falta alma. Plasma en ellos lo que está en tu interior.

—No sé si podría hacer lo que me dices.

—La verdadera libertad comienza cuando te permites ser tú misma, sin preocuparte por las expectativas de otros. Además, si estás aquí es porque ya diste los primeros pasos... Sigamos nadando.

Alessandro viajaba algunas semanas para presentar sus esculturas en los viajes. Lena se queda sola en la casa, divagando sin muchas ganas de hacer algo. No pintaba desde hace mucho. Una noche, cuando sentía la soledad como inspiración y el silencio como descanso espiritual, Lena sacó un lienzo y comenzó a pintar. Comenzó con pinceladas suaves y de pronto embarró sus manos con colores y comenzó a pasarlas por el lienzo, pintando la base e imaginando una mujer saliendo de un huevo dorado. Trabajó toda la noche hasta quedarse dormida. Alessandro llegó en la mañana y vio el cuadro con el esbozo.

—¿Ya llegaste? —gritó Lena desde la cocina.

—Hola, ya llegué.

—Tomemos desayuno. Ya estoy sirviendo.

Mientras desayunaban, Lena le contó los planes que tenía. Le dijo que saldría a comprar algunas cosas y luego llamaría a un par de amigas. Alessandro se quedó sorprendido por el cambio en Lena.

—Pintaré los cuartos.

—¿Te parece necesario?

—No me gusta el verde, creo que un tono claro le vendrá bien.

—Tú eres la pintora, tú decides.

—También venderé estos muebles quiero comprar otros con tonos modernos.

—No tengo inconveniente.

—Además, tengo un regalo para ti… para nosotros.

Lena entregó un sobre a Alessandro.

—¿Pasajes de avión? Me sorprendes, pero ¿y el dinero?

—Conseguí un comprador para mi colección de cuadros en acuarela —le dijo sonriente.

—Esto hay que celebrarlo.

Alessandro sacó un vino que tenía guardado y llevó a Lena a sentarse junto a la terraza.

—Sabes algo —dijo Lena—. Por primera vez me siento en paz conmigo misma.

—Me alegra saberlo y qué hiciste con tu cuadro ganador del ciprés —no lo volví a ver.

—Lo tiré.

—¿Qué dices? Cómo pudiste hacerlo ¿Estás loca?

—Ja, Ja. No estoy tan loca. Para decir la verdad, lo vendí. Con ese dinero compré los pasajes.

—Pero era tu mejor obra.

—No importa. Esa no era yo.

Un año después, Lena se sentía emocionada al exponer sus nuevas obras en una prestigiosa galería de arte. La muestra resultó ser un éxito rotundo, atrayendo la atención de críticos, coleccionistas y amantes del arte. Sus pinturas, con colores vivos y formas audaces, capturaron la mirada de todos los asistentes. Muchos comentaban sobre la notable evolución de Lena, quien había abandonado los tonos oscuros y las formas rígidas de sus trabajos previos. Ahora, sus lienzos destilaban expresión, libertad y hasta audacia.

Jacqueline Bonheur, famosa por sus críticas implacables, había publicado una crítica mordaz sobre el trabajo anterior de Lena y no vaciló en hacer lo mismo con la nueva exposición. Sin embargo, lejos de desanimar a Lena, esto la motivó a continuar explorando y desafiando los límites de su arte.

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